No puede ocurrirme lo mismo esta vez, pensó doña Clarita. ¡No con Inocencio!
Si también él la abandonaba, varada como estaba en aquel lugar extraño, entre aquella gente hostil, quién sabe lo que iba a ser de ella.
Frau Neumann no puede recibir a Usted, le respondió Frida, cuando doña Clarita pidió ver a la dueña de casa.
¿Qué? ¿Por qué no?
Ella no muy bien por su salút, respondió la Robusta Criada Alemana, y se la quedó mirando, desde su metro ochenta o más de altura, con esos ojos azules y pequeñitos que tenía, de un modo que la Pulposa Viuda no supo cómo interpretar. O sí.
Doña Clarita aún recordaba lo amable que Frida había estado con ella, cuando recién llegó a la estancia; cómo la ayudó a desvestirse y la asistió en su baño, vertiendo sobre ella el agua caliente y pasándole el jabón con una dedicación que (sólo más tarde se dio cuenta de ello doña Clarita) resultó tal vez excesiva, como cuando, a punto de dar por terminada su tarea, la voluntariosa Frida dejó de lado la esponja y el cepillo para enjuagarla con sus propias manos, rozagantes y morrocotudas. Una buena sobada le pegó, sin que doña Clarita se diera cuenta, agotada como estaba por el largo viaje a caballo y la odisea que había vivido con el bueno de Inocencio.
Señorra González… susurró la Criada. Quierro decirr a Usted que…
Sólo esto me faltaba, se dijo doña Clarita: una declaración amorosa, a esta hora de la mañana…
Frida no pudo continuar, porque en algún lugar de la casa se escuchó un portazo, y luego unas pisadas.
Ach du liebe Zeit!
Era Herr Neumann, que volvía al salón tan furioso de como lo había dejado, tan solo un momento antes.
Qué estás haciendo ahí, bola de sebo, le dijo a su criada. ¡Criticando a tu amo, de seguro!
Qué estás haciendo ahí, bola de sebo, le dijo a su criada. ¡Criticando a tu amo, de seguro!
¡No, Herr Neumann!, respondió la enorme Frida, que tembló de pavor ante la aparición de aquel vejete pequeño y malvado.
¡Vuelve a la cocina ahora mismo! Schnell! Schnell!
Ja, Herr Neumann…, agachó la cabeza la atribulada mujer, y tras una torpe reverencia desapareció por el pasillo. Sus pasos retumbaron sobre el piso de tablas.
En cuanto a Usted, Señora González, dijo el Viejo, en un tono menos combativo.
Doña Clarita dio un paso atrás, y miró de reojo hacia a la mesa, para ver con qué podía arrojarle. Sus ojos se posaron en la mantequera de plata, primero, y luego en el jarrón pintado con paisajes del Tirol. No estaba dispuesta a tolerar otro atropello. Si el viejo llegaba a hacerse el loco otra vez, iba a partírselo en la cabeza sin más trámite.
Quiero pedir disculpas a Usted, por cosas que yo dice, bajó inesperadamente el copete Herr Neumann. Quiero pedir disculpas, por todo que Usted tiene que pasar aquí…
Doña Clarita no le respondió. Desconfiaba todavía.
Hombre murió anoche en casa nuestro, siguió el vejestorio. Yo muy alterado por esto. Pido perdón.
No sonaba sincero. Aún así, doña Clarita relajó su guardia. El momento de mayor tensión pareció haber pasado.
¿Puede perdonar Usted, Señora González?
Doña Clarita se tomó su tiempo para responder. Al fin dijo, en tono glacial.
Debo confesarle que me pareció muy chocante su actitud de hace un momento, Herr Neumann.
¡Tiene Usted razón!, dio un paso hacia ella el Viejo. ¡Tiene todo el razón!
La ventana que daba al jardín estaba abierta. Se escuchaban ruidos afuera, balidos de ovejas, el galope de un caballo.
Señora González…
El viejo miró hacia atrás, para asegurarse de que nadie lo escuchaba, su mujer o alguna de las criadas.
Este maldito está tramando algo, se dijo la Pulposa Viuda. No se equivocaba.
Tome asiento, por favor, Señora González. Hay algo que quiero mostrar a Usted, dijo el Viejo, metiendo la mano dentro del saco de su frac.
Si intenta algún truco, Herr Neumann, le aseguro que se arrepentirá.
¡No! ¡Ningún truco! Tome asiento, por favor.
Prefiero quedarme de pie, si no le importa.
Como Usted prefiere, dijo el Viejo, y al fin sacó lo que escondía entre sus ropas. Una carpeta de cartulina, como la que usa para los documentos oficiales. La depositó sobre la mesa con un gesto de suficiencia, como quien muestra un naipe ganador.
¿Qué significa esto, Herr Neumann? ¿Qué hay allí dentro?
El Viejo sonrió, dejando ver el brillo de su dentadura postiza.
Ábralo y se enterará.
© Emilio Di Tata Roitberg, 2022.
No hay comentarios:
Publicar un comentario