Capítulo 98 – Jaque al Rey


Abelarda se recuperó más rápido que ligero de su enfermedad; no le quedaba más alternativa: si no lo hacía, esa mocosa que la había suplantado iba quitarle su puesto de doncella principal. Hay que ver cómo se las había arreglado para caerle en gracia al patrón, la muy canalla. Con esa pinta de mosquita muerta…
Con su permiso, On Benár-o…
Ah…
La decepción se pintó en el rostro del patrón, cuando la vio entrar esa mañana en su estudio, llevando su taza de café y las dos tostadas tostadas a la inglesa, de un solo lado, que don Bernardo comía en el desayuno.
Buen día, Abelarda…
Güenos días tenga Usté, On Benár-o.
Abelarda caminó hasta el escritorio, con los ojos aún chiquitos por efecto de la fiebre. En punta de su nariz, colorada como un rábano, se había formado una gota que crecía por momentos. Bernardo rogaba a los Cielos que no fuera a caer dentro de su taza.
Aquí tiene su cafecito, On Benárdito.
¿Te sientes bien, Abelarda? Te noto un poco…
Oh, sí, ya estoy bien recuperáa, si ha sío un puro resfríao nomáj… ¡At-chús!
Era una mañana fría pero con sol. Por el ventanal se veían las cumbres nevadas de las montañas, algo borrosas por la distancia, y las verdes colinas que rodeaban el casco de la estancia. Unos manchones blancuzcos, se movían en las laderas: eran las majadas de ovejas, que iban a buscar los pastos más tiernos.
Deberías descansar unos días, Abelarda. Puedes decirle a la muchacha nueva que cubra tu lugar.
“Ya quisieras tú, viejo verde”, pensó Abelarda, y respondió:
No, pachoncito, pa qué va a llamar a la cabra esa, si ió estoy lo máj bien…
Bernardo probó el café, que no era tan bueno como el que preparaba Lola. En fin… Tal vez sea lo mejor.
¿Ha venido esta mañana el Cebolla?
No, On Benár-o. Ha pasado el Silva nomáj, hoy tempranito, dijo que venía a verlo al mediodía.
Silva era el capataz de la estancia, un sujeto por quien el personal de cocina no sentía el menor aprecio. Lo temían, porque era un bruto, pero no lo respetaban. No lo llamaban Señor, ni capataz, ni don Silva. Sólo le decían Silva. Silva, a secas, como cuando era un simple peón.
Ah, bien, después lo veré, dijo Bernardo, desinteresado en absoluto de los temas concernientes a la administración de sus campos.
¿Se lo ofrece algo más, pachoncito?
No, Abelarda, gracias.
Abelarda hizo una pequeña reverencia y se retiró, cerrando la puerta al salir. Se escucharon sus pasos por el corredor, y un nuevo estornudo.
Bernardo suspiró. Sobre la mesa estaba el tablero de ajedrez, con las piezas en la misma posición en que habían quedado tres días atrás. Era una lástima que la partida con el Loco Cebolla hubiese quedado inconclusa.
Jaque.
¿Jaque, dijiste? No tienes con qué.
A diferencia de Bernardo, que se concentraba cien por ciento en el juego, y trataba de planear sus movidas y anticipar las de su rival, el Cebolla jugaba sin hacer el menor esfuerzo, hablando hasta por los codos.
Dime, pedazo de zopenco, le decía: ¿hasta cuándo piensas seguir encerrado? ¿Crees que puedes estar aquí para siempre, guardando luto por tu mujer muerta?
El loco se rascó la cabeza, en busca de un piojo que lo atormentada desde la noche anterior. Maldito bicho.
Ese Silva es un ladrón, continuó. Terminarás en la ruina, si dejas todo en sus manos.
Oh, no es más pillo que otros capataces, dijo Bernardo. Puedo fiarme de él. Le falta imaginación para intentar algo serio.
Lo que le falta de sesos, le sobra de angurria, dijo el Cebolla. Se ha combinado con tus competidores para enviarte a la ruina. Con Braustein, sobre todo.
¿Qué diablos dices? Judith es mi amiga.
Ella no maneja los negocios, sino el pillo del hermano, que además dirige a los otros hacendados. Créeme, intentarán hundirte, aunque vayan a pérdida.
¿A mí? ¿Por qué?
Eres un mal ejemplo, Bernardo. Pagas demasiado a tus peones, más de lo que indica el convenio. Les has construido barracas muy cómodas, y hasta una enfermería. Te ocupas de sus familias…
Bernardo no sabía si arriesgar su torre o intentar atacar con el peón.
He sido afortunado, Cebolla, y no me parece mal ayudar a quienes me ayudan a...
Se decidió por el peón: mala elección. Sin dejar de rascarse la cabeza,
el Cebolla le comió la torre que había quedado desprotegida. Luego se quitó el piojo de la pelambrera y, tras verlo caminar sobre su uña mugrienta, se lo comió también.
Jaque, dijo Bernardo, que había recurrido a una movida inesperada. Otra vez se equivocó. Un peón del Cebolla le bloqueó el paso, poniendo en una situación incómoda al único alfil que le quedaba.
No eres más que un idiota, Bernardo, dijo el Cebolla. ¿Crees que tu mujer se hubiera pasado todo el día lloriqueando aquí adentro, si el muerto hubieras sido tú? ¡No le hubieran alcanzado las patas para irse a tirar todo tu dinero a París! ¡Ya estaría eligiendo a tu reemplazo!
Vaya, Cebolla, trató de sonreír Bernardo. Tú siempre sabes qué decir para levantarle a uno el ánimo…
Sólo digo lo que es.
La puerta se abrió y entró la doncella. No Abelarda, ese palo de escoba con faldas, sino la chica nueva, Lola.
Con permiso, don Bernardo…
Traía dos tazas de café, uno con leche, como le gustaba al Cebolla.
Esta niña prepara un café excelente, Cebolla. El mejor que he tomado en años.
Gracias, don Bernardo… sonrió la muchacha. Mi tía me enseñó… Quiero decir, la Señora Dorotea.
La chica aún llevaba sus dos trenzas, debajo de la cofia de mucama. Iluminaba el lugar con su frescura, con sus ganas de vivir. Bernardo se quedó mirando la puerta, luego de que Lola hubo salido.
Esa muchacha es algo especial, dijo el Loco Cebolla. Me di cuenta del momento que la vi. ¿A quién te hace recordar?
¿A quién? No lo sé…
Sí lo sabes. Lo sabes tan bien como yo.
Sí, Bernardo lo sabía. Le recordaba a Lalita. La hija de la lavandera, la viuda de don Chicho, fallecido en trágicas circunstancias… No físicamente, ya que Lalita era delgada y alta, y Lola más bien bajita y rellena. Pero tenía algo… algo que… Bernardo no alcanzaba a dar con la palabra indicada.
Apa, apa, apa… ¡Veo que no te resulta indiferente!
¿Qué diablos insinúas, maldito loco? Jamás me he enredado con la servidumbre, y no comenzaré ahora.
¿Quién habla de enredar? Yo te hablo de amor, maldito idiota. Tal vez eso sea lo único que te pueda sacar de este pozo en el que estás metido.
Bernardo dio un sorbo a su café, con la vista fija en el tablero. No sabía qué pieza mover, había perdido el interés en el juego.
Es una niña, Cebolla, y yo un hombre maduro…
Estás en la flor de la edad, le respondió el Loco. Además, esa muchacha está loca por ti. Basta con ver cómo te mira, cómo tiembla cada vez que tú le hablas.
¿Tú crees?
© Emilio Di Tata Roitberg, 2021.