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Todos se arremolinaron alrededor de la Polaca, como si las otras chicas no existieran. Uno le ofrecía fuego, otro le llenaba la copa hasta el borde. ¡Camarero! ¡Otra botella! El rengo José iba y venía con la bandeja. Corría la cerveza, el champán y el whisky importado, debidamente bautizados por doña Gómez, que hacía su alquimia detrás del mostrador. Uno de los marineros sacó una petaca y se la ofreció a la Polaca. Las otras chicas le hicieron señas de que no, no la probara, pero Pola no creyó que hubiera peligro. Ningún asesino serial asesina con veneno. No estos, al menos. ¡Puaj!, el brebaje le prendió fuego la garganta. Los marineros del Trondheim lo festejaron con una carcajada. Es Aquavit, explicó el mexicano, que oficiaba de traductor, la bebida tradicional de Escandinavia. Acá esto se vende en los surtidores de kerosén, dijo Pola, que le hizo un gesto a las demás chicas de que se acercaran, ella sola no podía con todos. Timidamente, Jacqueline, Natasha y la Peruana se intercalaron entre los marineros. Temblaban de miedo, dada la fama que tenían, aunque hasta ahora se venían portando lo más bien.
Era el turno de subir al escenario de Marili la bizca, la archienemiga de la Polaca, que tocada de una peluca ridícula y con un traje de lentejuelas que le marcaba los rollos se puso a berrear Bésame, bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez… Entusiasmados por la perspectiva de una buena propina, los borrachines de los músicos entraron a castigar la guitarra y el acordeón. Bésame muuuucho… chilló por el micrófono Marili, produciendo un acople. Patético, opinó la Polaca, y sus amigas le dieron la razón. Skål! dijeron los noruegos, y cada uno se zampó su vaso. Alguien dijo algo que parecía chino. Era el chino, que mezclaba las cartas de un mazo grasiento que había sacado del bolsillo, y ahora lo extendía en abanico sobre la mesa, pidiéndole a la Polaca que eligiera una. Ah, este es el tahúr del grupo, dijo Pola, que a desgano sacó una carta y la dio vuelta. Que tengo miedo perderte, perderte despues… La canción de Marili felizmente llegó a su fin. Sonaron unos tímidos aplausos. Qué simpático, dijo Pola, cuando el chino sacó el 9 de corazones de atrás de su oreja, ese truco es más viejo que Confucio. Uno de los noruegos tomó el mazo y lo puso delante de ella. Dijo algo en su idioma y el mexicano tradujo: Dice que juegues a la carta más alta. Si él gana, tú le das un beso. Si él pierde… El rubio sacó un billete de 100 coronas y lo puso sobre su frente. ¿Y eso con qué se come?, dijo la Polaca. No, papi. Acá si querés amor tenés que traer dólares. Traducí, Speedy González. Dóllards? Dóllars ió tiene, dijo el vikingo, y extrajo del bolsillo interior del blazer un fajo de billetes verdes, relucientes como estampitas de la Inmaculada Concepción, ruega por nosotros pecadores.
© Emilio Di Tata Roitberg, 2017.
A continuación...
CAPÍTULO 8: Póker de ases