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La partida de póker en el cabaret La Sirena iba viento en popa. Para la Polaca, despojar de sus dólares a los marineros del Trondheim era como sacarle caramelos a un nene. No tanto al griego, que era más avispado, pero el Noruego de la barba amarilla entraba como caballo en cada amague. Las apuestas iban subiendo, doña Gómez decía Tengan cuidáo, pos cabritas… Una cosa era sacarles el dinero de a poco, con White Horse falsificado y vodka rebajado con alcohol de quemar, y otra muy distinta arrancárselo así de golpe. Escalera simple, Escalera de color, Full House... La Gorda mezclaba las cartas con tal maestría que quedaban siempre en el mismo lugar, y se las dejaba servidas a Pola para que los remate. En caso de duda, la Peruana espiaba desde atrás,mientras se hacía arrumacos con otros marinos, y por señas indicaba las cartas que el Vikingo tenía. Trío, Doble Par, Color… No todos los marineros se interesaban en la partida. Algunos chichoneaban con las chicas en las otras mesas, haciéndose entender por señas. El mexicano se había ganado el derecho a una sesión en la piecita del fondo con Camila la santiaguina. Los músicos tocaban un bolero y el chino bailaba con Natasha, apoyando la cabeza sobre sus tetas de metacrilato. Sentado en la barra, sin que nadie se fijara en él, Berni escuchaba cuchichear a Jacqueline y a Chichila. La verdad, no tienen pinta de asesinos, decía una. ¡Los asesinos nunca tienen pinta de asesinos, por eso la gente se confía! Doble par, otro Full House… El Griego fue el primero en retirarse, y la Gorda lo hizo en la ronda siguiente, porque ya era tirar de la soga demasiado. La dueña se acercó y dio la orden de terminar, pero el Noruego había perdido demasiado y quería otra chance. Bueno, pero es la última, dijo la Polaca. The last one, okey? Okey, okey, dijo el rubio, que para entonarse pidió otro whisky. Se lo mandó de un trago, como si fuera agua. Le tocaba a él mezclar y repartir. Le tomó una eternidad. Cuando levantó sus cartas hizo un gesto de triunfo, y puso casi todo lo que le quedaba como apuesta inicial. La Polaca, que ya lo había visto mandarse la parte, decidió igualar. Y subir. Basta Pola, dejémoslo ahí, dijo la Gorda, que iba a media en las ganancias. O en las pérdidas. Pero la Polaca tenía una mano muy buena, y después de cambiar una carta la tuvo aún más. La codicia la cegó. Recién cuando el vikingo, después de hacerla picar, sacó del bolsillo mil dólares más, se dio cuenta de que había llegado demasiado lejos. Miró a la Peruana, que desde atrás le hizo señas de que no, esta vez no lograba verle las cartas. ¿Y?, preguntó el Noruego, que ya no parecía tan borracho. Pola tragó saliva. Era arriesgarse o perderlo todo. Ja, se rió desde atrás Marili. ¡Esta fue por lana y va a salir trasquilada!
© Emilio Di Tata Roitberg, 2017.
A continuación...
CAPÍTULO 10: Las cartas están echadas
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