El tío Berni la amaba a distancia, en esa época. Era un jovencito de apenas 50 años, tímido, enfermizo, que aún vivía bajo la tutela de su madre y de su tiránica abuela, y que, salvo para ir a la vecina Río Turbio, jamás había salido de su Puerto Natales natal. La Polaca, 20 años menor, era la Número Uno indiscutida: la más alta, la más linda, la más atrevida, la travesti argentina que triunfaba en los cabarets de la Patagonia, de Puerto Madryn a Ushuaia y de Punta Arenas a Puerto Montt, haciendo caracterizaciones de las divas del momento: Ana Gabriel, Paloma San Basilio, Rocío Durcal... Imitaba a la perfección la voz, el vestuario, el maquillaje, los peinados. Ay amor, no sé que tiene tu mirar, que cada día me conquista más y más, cantaba la Polaca para delirio del público. Berni la contemplaba desde un taburete en la barra, haciendo durar lo más posible su cerveza. No tenía dinero para pedir otra cosa, ni para sentarse a una mesa, donde era obligatorio ordenar bebidas más fuertes y renovar a cada rato la consumición. ¡Bravo! ¡Otra! El canto no era la actividad principal de la Polaca, desde luego, sino hacer lo mismo que hacían las otras chicas de La Sirena, es decir, exprimir a los clientes, darles conversación, dejarlos que toqueteen un poco y hacerles pagar trago sobre trago, exprimir al máximo a pescadores, mineros y trabajadores rurales, despojándolos de lo que habían juntado en semanas o meses de trabajo en el mar, en el campo o en la mina. ¡Dos whiskies para la mesa 3!, gritaba el mozo. ¡Otra botella de Dom Perignon! El talento de la Polaca sobre el escenario no era nada comparado con su actuación en las mesas. A la distancia Berni la veía reír, llorar, fingir asombro o chapurrear palabras en otros idiomas con marineros a los que a veces, cuando ya los tenía bien adobados, aprovechaba para alivianarlos del reloj o la cartera. Había una tercera actividad, que era llevarlos a las habitaciones de la parte trasera, pero eso sólo después de hacerlos pagar una infinidad de vasos de whisky mezclado con agua y de falso champán. Y un importe adicional, que, como era sabido, las chicas luego dividían a medias con la dueña. ¿De cuánto sería, ese adicional, en el caso de la Polaca? Berni no se atrevía a preguntar. Con su vaso de cerveza ya tibia, la miraba alejarse en dirección a la puerta trasera y sabía que esa noche ya no iba a volverla a ver. El Palomo pagaba su humilde consumición y se iba pasito a paso por el camino del puerto, en madrugadas de 10 ó 20 grados bajo cero. Caminaba junto a los pesqueros amarrados al muelle y los cascos gigantes de los cargueros, susurrando Ay amor, no sé qué tiene tu mirar, que cada día me conquista más y más… No sospechaba que pronto tendría su oportunidad con la Polaca. Antes de lo que él imaginaba.
© Emilio Di Tata Roitberg, 2017.
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