Capítulo 2. Ay Polaca, Polaca...

Sí, el tío Berni se había reformado. Sus actividades delictivas eran cosa del pasado, y su antiguo prostíbulo era ahora una coqueta hostería para turistas, para gringos mochileros que venían a hacer trekking a las Torres del Paine y alegremente se dejaban sus dólares, euros y yenes. Un negocio completamente legal, nadie tenía nada que reprocharle. ¿No es mejor así, tío?, le preguntaba su sobrina, y él le respondía Sí, Laurita, claro...
Sin embargo, no parecía feliz. Con sus patitas chuecas y su anacrónico atuendo de proxeneta de los años 70, el tío Berni hacía su recorrida diaria por la Costanera, entre el muelle y la Petrobrás, saludando a la gente que pasaba, charlando con amigos. ¿Así que vino su sobrina de Buenos Aires, don Bernardo? Mejor, así descansa un poco. Sí, sí. ¿Y cómo marcha el hostal? Bien, bien, decía el tío Berni, que en el fondo extrañaba la vida aventurera de otros tiempos: la algarabía de las “chicas”, risueñas como colegialas; el ímpetu de los pescadores y mineros, que llegaban con los bolsillos cuadrados de dinero, tras semanas o meses de no ver una mujer ni tomar un trago; extrañaba la música, los brindis, las partidas de póker que terminaban a los tiros, la adrenalina de las redadas policiales...
Y, sobre todo, la extrañaba a la Polaca, la travesti argentina que había sido durante veinte años su novia y mano derecha en “La Sirena”, y que cuando él cayó enfermo se escapó con un amante más joven, después de llevarse el efectivo, las joyas y vaciarle la cuenta bancaria.
Y lo peor es que toavía sigue enamoráo de ella, decía Jovita, la vieja y robusta mucama, mientras pelaba las papas y las echaba a un balde. Las cáscaras se iban apilando a un costado, como cintas de Moebius, terrosas de un lado y brillantes del otro, futuro alimento de las gallinas que picoteaban en el patio. ¿Te parece, Jovita? ¡Pero sí, pues niña!
Era una mañana nublada y ventosa, como casi todas las mañanas en Natales. Una bruma densa flotaba sobre las aguas del fiordo, ocultando las montañas al otro lado del canal. En el puerto, la grúa depositaba un contenedor sobre un carguero ruso, uno de esos barcos gigantes que luego siguen viaje por el Estrecho de Magallanes, hacia Punta Arenas y Ushuaia. Las gaviotas planeaban sobre la costa y por la calle venía subiendo el tío Berni, con su estrafalario sombrero y su bastón, poniendo una nota de color en el paisaje. Algo agitado por la subida, se detuvo a recobrar aliento. Entró al Berni’s Hostel por la puerta de atrás, las voces de Laura y Jovita llegaban desde la cocina. Si hoy día ella llegara a aparecer, después de todas las perradas que le hizo, él seguro que la perdona. ¡Viejo chaláo!
Se callaron al verlo llegar. Hola tío, dijo Laura, poniéndose de pie. Jovita no dijo nada. Malhumorada como de costumbre, terminó de pelar otra papa y la tiró al balde.

© Emilio Di Tata Roitberg, 2017.

A Continuación...
CAPÍTULO 3: CUANDO BERNI CONOCIÓ A LA POLACA

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