
Los pasos se escuchaban cada vez más cerca. Pasos pesados, contundentes. Ya antes de verlo supieron que se trataba de un policía. ¡Shhh!, pidió silencio la Polaca, cuando Berni ya estaba a punto de largarse a llorar. Aún no amanecía y la zona del muelle viejo estaba completamente oscura. O casi. Pac, pac, pac… Los borceguíes sonaban cada vez más nítidos. La silueta del agente se perfiló, unos metros más arriba, detrás del parapeto de la Costanera. ¿Será porque escuchó los disparos? Uno de los disparos, al menos, porque el otro ni se oyó: al tirarle de tan cerca, el cráneo del francés bajito había hecho de silenciador. El otro marinero, el flaco marroquí, también había quedado ahí, tirado entre las rocas. Uno junto al otro, como dos bultos, como el par de basuras que eran. ¡Ay!, exclamó Berni, cuando vio que el carabinero encendía una linterna y dirigía el haz de luz sobre la playa, al otro lado del muelle. Una luz débil, amarillenta, como si estuviera quedándose sin pilas. Las olas rompían contra la escollera. A la distancia, un perro no dejaba de ladrar.
Pac, pac, pac… La Polaca amartilló el revólver y esperó. ¡No!, le hizo señas Berni. ¡No! ¡Por favor! Después de pensárselo un segundo, la Polaca le dijo: Tenés razón, y tomándolo del brazo casi lo arrastró hacia el sendero que subía a la calle.
La linterna los iluminó de frente. Buenas noches oficial, dijo Pola, acomodándose el pelo y el vestido. Berni no dijo nada, aterrado como estaba. Sobre todo porque, antes de subir, ella le había deslizado el revólver en el bolsillo del abrigo. ¿Vamos, amor?, dijo la Polaca, tendiéndole la mano. Temblando de miedo y de frío, Berni depositó su manito blanda y pálida como laucha convalenciente dentro de su manaza de uñas escarlata. El hombre de verde los miraba con desconfianza. ¿Dos tortolitos haciéndose arrumacos en la playa? ¿Con este tiempo hediondo? Poco a poco iba haciéndose de día. El perro seguía ladrando como descosido. Ahora podían verlo, al otro lado de la calle. Estaba detrás de un alambrado, en lo que parecía un terreno baldío. Tomados del brazo como dos enamorados, Berni y la Polaca se alejaron pasito a paso por la acera. Sobre sus zapatos de tacón ella le sacaba casi dos cabezas de diferencia. Él apenas si podía seguirla, dando varios pasitos por cada una de sus zancadas. El Colt calibre 32, aún calentito, le pesaba una tonelada dentro del bolsillo. ¡No mires para atrás! ¡No mires! le ordenó la Polaca, pero Berni no podía evitarlo. ¡Sigue ahí! ¡Nos está mirando! En efecto, el paco se había quedado en el mismo lugar, como si se oliera algo. El desgraciado del perro no dejaba de ladrar, parecía que le hubieran dado cuerda. Saltaba contra el alambrado, daba vueltas y se retorcía, y en su idioma de perro le decía al policía ¡Bajá a la playa! ¡Te vas a encontrar una sorpresa!
El viento agitaba la melena rubia de Pola y los pirinchos de Berni, que, ahora se daba cuenta, había perdido su eterno gorro con orejeras. Seguro estaba en la playa, debió caerse durante la refriega.
Volvamos, tartamudeó el Palomo. ¿Qué? Fue en defensa propia, vamos a hacer la denuncia a la comisaría… ¡Ni loca!, dijo Pola. Yo tengo pedido de captura en Argentina, y acá entré con documento falso. ¿Pedido de captura? ¿Por qué?
Un camión pasó traqueteando para el lado del centro. Cruzaron la Avenida Pedro Montt y doblaron al llegar a la esquina. Debía ser sábado, porque estaban armando los puestos de la feria. Las vendedoras de pescado montaban las tablas sobre caballetes y desplegaban los toldos de lona sobre los armazones. Una colgaba la balanza romana de un gancho, otra acomodaba los cajones con congrios y choigas entre hielo picado. ¡Oye! ¿Ese no es el Bernardo José?, lo señaló con el mentón una de las pescaderas, que tenía las manos ocupadas. ¡Sí, es el Palomo, el nieto de Lela Lola! Todas las miradas los siguieron. Los murmullos se extendieron de puesto en puesto, a medida que pasaban. ¿Y quién es que está con él, pues? ¿Es hombre o mujer? ¡La que va armar su agüela cuando se entere!
© Emilio Di Tata Roitberg, 2017.
A continuación...
CAPÍTULO 19: LA AMIGA DE POLA
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