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Esa noche Lela Lola se quedó mirando la Trasnoche Aurora Grundig, que pasaba El tonel de Amontillado, el clásico del cine de terror basado en un cuento de Edgar Allan Poe. La anciana señora se durmió algo más temprano que de costumbre, gracias a la petaca de Żubówka que le trajo Berni: un vodka aromático polaco de graduación alcohólica cercana al 90 por ciento. La anciana dama se lo fue bebiendo de a sorbos, como una medicina, mientras Vincent Price seguía a Peter Lorre por las catacumbas donde éste lo pensaba emparedar.
Todas las luces de la casa estaban apagadas. Berni espiaba a su abuela desde el pasillo. La veía dar cabezadas, resollar y entornar los ojos a medida que el brebaje surtía su efecto. Ya casi estaba, ya casi…
Lela Lola se acurrucó, buscando la posición más cómoda, y debajo del sillón las tablas y vigas del piso de madera rechinaron bajo su peso. ¡Por amor de Dios, Montresor!, gemía Vincent Price, a quien Peter Lorre había engrillado a la pared de una cripta, ¡Te lo ruego, suéltame! La vieja comenzó a roncar. Por precaución, Berni tardó un momento más en salir de su escondite y caminar hacia la puerta, con los botines en la mano. Era humillante, a sus 51 años, que lo tuvieran controlado de esa forma, pero qué podía hacer. Todo fuera por verla a la Polaca, aunque sea un ratito. Aunque ella ni se fijara en él, y ni siquiera le dirijiera la palabra. ¡Suéltame, Montresor!, rogaba Fortunato, a medida que la pared de ladrilllos lo iba tapando por completo. Casi llegando a la puerta, en un descuido inexplicable, Berni pisó una de las tablas flojas, que chirrió bajo su pie. ¡Quién anda ahí!, chilló su abuela, y su voz tronó con la potencia de un cañón. Berni se quedó paralizado, sin atreverse a respirar. ¡Quién anda ahí, carajo! Se escucharon pasos en la casa, puertas que se abrían, entre ellas la de Ana Luisa. Soy yo, Lela Lola, voy a tomar un vaso de agua. ¡Vete a dormir al tiro, cabra lesa!, chilló la vieja. Sí, Lela Lola, dijo la chica, y le hizo a Berni un guiño, como diciendo Vaya nomás, tío, va a estar todo bien.
© Emilio Di Tata Roitberg, 2017.
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