Capítulo 11. Palomo cautivo

Las fuerzas de la ley llegaron justo a tiempo, aunque eran más los diablos que el agua bendita. Los seis carabineros que bajaron del furgón no dieron abasto para contener a los 8 ó 9 marineros que destrozaban a pedradas y palazos el frente del cabaret La Sirena, ni a los 9 ó 10 travestis que les respondían arrojando vasos, sillas y botellas de distinto calibre. ¡Alto! ¡Están todos detenidos!, gritó el oficial de mayor de graduación, antes de que un puño se estrellara contra su cara. El noruego de Barba Amarilla levantó a otro de los uniformados y lo arrojó como a un pelele dentro del tacho de basura. ¡Sueltenme!, rogaba otro de los pacos, al que Natasha sostenía por las charrateras, mientras Jacqueline le daba de golpes con el extintor. Los dos hombres de verde que aún quedaban, puestos en la disyuntiva de enfrentarse a los marineros escandinavos de un lado, o a los fornidos travestis del otro, decidieron correr detrás del tío Berni, que haciéndose el distraído iba dejando atrás el lugar de la trifulca. ¡Quieto ahí, antisocial!, le gritó uno de los carabineros. El Palomo salió corriendo, pero ni su contextura física ni su estado atlético le permitieron llegar muy lejos. Uno de los carabineros le hizo un tackle de rubgy y el otro sacó su macana y lo empezó a rigorear. Doce horas y catorce moretones más tarde se presentaron en la Jefatura de Policía sus hermanas, Javiera Ignacia y Pabla Francisca, las cuales, después de completar un formulario y comprometerse a tenerlo bien vigilado, se lo llevaron a la casa. Qué vergüenza, Bernardo José, le dijo su mamá, si su finado padre lo viera… Más humillante fue el trato que le dio su abuela, que a los 51 años cumplidos aún lo trataba como a un cabro chico. ¡Abombáo! ¡Cabeza fresca!, le dijo la anciana señora, desde lo alto del sillón donde pasaba la mayor parte del día. ¿Qué es eso de andar juntándose con esos cochinos disfrazados de mujer? Pero lela Lola... balbuceó Berni. ¡Callesé!, lo interrumpió la venerable matriarca, ¡ya me harté de sus leseras! No se le ocurra ir otra vez donde esos pervertidos. Hoy mismo se va a verlo al padre cura y se confiesa. Sí, lela Lola. Y más luego se viene para acá al tiro, ¿me oyó?
Maltrecho y dolorido, Berni el Palomo enfiló para su habitación. En el pasillo se encontró con su sobrina Ana Luisa,la única que lo comprendía. No se preocupe, tío, le susurró la chica, ahora le llevo un caldito para que se reponga un poco. Gracias, querida. Eran como los cuatro la tarde y caía la noche en Puerto Natales. El invierno estaba cada vez más cerca. El cielo se había nublado y allá abajo, en las aguas grises del canal, se destacaba el casco rojo del Trondheim, aún anclado en el puerto. Berni se preguntó qué podría haber pasado con la Polaca. 


© Emilio Di Tata Roitberg, 2017.
 

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